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Mostrando entradas de noviembre, 2018

El polinomio

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     Nunca subestimes el poder de un polinomio. Yo lo hice.      Aquel fue otro sofocante verano más. Los estertores finales de un insípido agosto, se soportaban a duras penas coleccionando cromos de La Liga o cazando zapateros en el viejo canal, a las afueras del barrio.           Pronto empezaría el nuevo curso y había que aprovechar los últimos días de vacaciones.      Nos apuntamos a la excursión que ofrecía el autobús del barrio para pasar un hermoso día de playa en Punta Umbría. Siempre llevaba mi balón, una especie de esfera ahuevada por el sol con una irreconocible imagen de Naranjito . Me chiflaban los partidos en la arena mojada de la orilla. El problema radicaba en que, esta vez, ningún amigo me acompañaba... y mis hermanos odiaban el fútbol. Estaba solo.      Tras montar la sombrilla y afianzar la vieja colcha con alfileres a su alrededor, me dis...

El tornado

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     Mi madre siempre tiene razón. Daba igual que yo estuviera más tiempo en el despacho del director que en clase. Daba igual que suspendiera hasta el recreo. Daba igual que la mayoría de los profesores le dijeran que mejor aprendiera un oficio, que en el último examen no acerté ni la fecha... Ella siempre pensó que podía aspirar a algo más.      Un día amanecimos con la noticia en la radio de la proximidad de una especie de tornado. Aconsejaban no salir de casa por vientos de más de 180 Km/h, seguido de lluvias torrenciales. El patio de vecinos estaba más agitado que de costumbre. Todos hablaban de lo mismo. Cundía el pánico. No en vano se trataba de uno de los fenómenos atmosféricos más devastadores de la Tierra. Una catástrofe en potencia. Un cataclismo. La hecatombe. ¿Y qué hacía mi madre mientras tanto..? Pues ponerme mis botas de agua amarillas, mi chubasquero de plástico rojo y mandarme al cole detrás de un paraguas estampado con el d...

La brisa

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     No sé si algún día viajaremos en el tiempo. Si ocurre, estoy convencido que se parecerá bastante a la avalancha de sensaciones que nos inunda al escuchar esa voz, ese acorde, aquella canción que, en algún instante, supo poner banda sonora a nuestra vida.      El verano de mi niñez me sitúa a caballo entre Matalascañas y la playa de Las Tres Piedras. Familias enteras de vecinos nos trasladábamos en campamentos improvisados a orillas del Atlántico, huyendo del sofocante estío sevillano.      Cada noche, mientras los mayores recogían los restos de la cena, solíamos acercarnos a la orilla. Dignos y orgullosos hijos de Tartessos arrellanados alrededor de una linterna en inventados asientos de rocalla y arena. Contábamos historias acerca de platillos volantes, monstruos marinos y, como no, mi favorita, la ciudad perdida de la Atlántida . Puede incluso que bajo la marisma donde bullía nuestra imaginación, se encontraran las...

La vela

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     Qué largo se hacía Informe Semanal mientras esperabas la película de Sábado Cine . Si querías disfrutar de Charlton Heston en el Planeta de los Simios , te tenías que tragar antes un reportaje de la última gira de la tonadillera de moda y otro acerca de la reproducción asexual de los celentéreos en las costas gallegas. Si sobrevivías, te quedaban unos diez minutos de anuncios publicitarios, soportando de manera estoica al hombre blanco de Colón y al tío de la tónica Schweppes ... Al final eras merecidamente embriagado por los limones salvajes del Caribe. ¡Bendito seas Gel Fa ..!      Mientras tanto, en la cocina, mi hermano mayor prepara palomitas. Pone a calentar aceite en una cacerola. Añade maíz, sal y celeridad en buscar una tapadera para evitar la cálida lluvia de pochoclo con la que nos deleitó la semana pasada.      Todos sentados ya delante de la televisión. Un último suspiro. Casi un bostezo. Yo rezo par...

La bicicleta

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    Cuaderno de bitácora: en Trigueros, Huelva. Pasan tres horas del mediodía del Jueves 12 de agosto, año de nuestro señor de 1984.      En el viejo alpende, el potaje, el gazpacho majao y lo angosto de la caldeada uralita están causando estragos. Piden, más bien exigen, la siesta que merecen.      La casa de mi tía tiene tres habitaciones corridas a modo de dormitorio de orfanato. Alberga las camas de mis cuatro primos y las improvisadas colchonetas para mis dos hermanos y yo. En una habitación contigua duermen mi tía y mi madre. Al final del pasillo, custodiando la entrada principal, tiene su sagrado templo mi abuela. La parte trasera se abre hacia el corral. Tiene dos niveles, en el más alto hay tres galgos, un gato y varias gallinas. Junto a éstas, apoyada sobre la descascarillada cal, hay una orza con agua y una reluciente bicicleta con concisas instrucciones que mi primo se ha encargado de transmitir de manera contund...