La brisa
El verano de mi niñez me sitúa a caballo entre Matalascañas y la playa de Las Tres Piedras. Familias enteras de vecinos nos trasladábamos en campamentos improvisados a orillas del Atlántico, huyendo del sofocante estío sevillano.
Cada noche, mientras los mayores recogían los restos de la cena, solíamos acercarnos a la orilla. Dignos y orgullosos hijos de Tartessos arrellanados alrededor de una linterna en inventados asientos de rocalla y arena. Contábamos historias acerca de platillos volantes, monstruos marinos y, como no, mi favorita, la ciudad perdida de la Atlántida. Puede incluso que bajo la marisma donde bullía nuestra imaginación, se encontraran las almas de miles de atlantes expectantes. Si cerrabas los ojos y te concentrabas podías oír su lamento en la suave brisa estival. Ventajas de no haber sido corrompido aún por las nuevas tecnologías.
Si te decían que una ola de cincuenta metros podía arrasarlo todo, no te metías en el agua sin mirar al horizonte. Si mencionaban que un satélite soviético fuera de control podía caer en la Tierra, te pasabas el día escudriñando el cielo y la noche rezando para que no se despedazase sobre tu cabeza…
Esas historias nos situaban en millones de escenarios de otra manera inconcebibles, hasta que el sueño nos comía terreno a medida que la linterna perdía entusiasmo.
A lo lejos, el caprichoso faro y las luces de las velas del campamento recortaban las siluetas de nuestros padres. Apuran el último trago de la copa, ahora que no hay niños a la vista. Duraría poco.
Al ir acercándonos, en un añoso Sanyo, un murmullo va tomando forma. El traqueteo se hace ritmo y la brisa melodía…
Creo recordar que por la noche,
el pájaro blanco echó a volar
en nuestros corazones,
en busca de una estrella fugaz...
No sé si algún día viajaremos en el tiempo. Pero esta mañana, nada más levantarme, he puesto la radio. Sonaba esa canción. Y he vuelto a sentir la misma brisa. Si cierro los ojos y me concentro, puedo oír su lamento.
Era demasiado pequeño, pero llegan "flashes" a mi memoria.
ResponderEliminarSon los espíritus de los atlantes... ¡déjalos entrar!
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