La vela
Qué largo se hacía Informe Semanal mientras esperabas la película de Sábado Cine. Si querías disfrutar de Charlton Heston en el Planeta de los Simios, te tenías que tragar antes un reportaje de la última gira de la tonadillera de moda y otro acerca de la reproducción asexual de los celentéreos en las costas gallegas. Si sobrevivías, te quedaban unos diez minutos de anuncios publicitarios, soportando de manera estoica al hombre blanco de Colón y al tío de la tónica Schweppes... Al final eras merecidamente embriagado por los limones salvajes del Caribe. ¡Bendito seas Gel Fa..!
Mientras tanto, en la cocina, mi hermano mayor prepara palomitas. Pone a calentar aceite en una cacerola. Añade maíz, sal y celeridad en buscar una tapadera para evitar la cálida lluvia de pochoclo con la que nos deleitó la semana pasada.
Todos sentados ya delante de la televisión. Un último suspiro. Casi un bostezo. Yo rezo para que no se vaya la luz. No en vano, un par de meses atrás, una rata malparida mordió el cable equivocado arruinando el ansiado estreno de Superman.
Empieza la cabecera. Suena su inconfundible sintonía. Un sinfín de pequeñas bombillas redundan en la pantalla para ir configurando el título. Y Justo en ese momento, como no podía ser de otra manera, se va la luz.
Cual famélico mochuelo que busca ratón, abro los ojos intentando en vano dar sentido a la oscuridad. Permanezco en silencio unos segundos y espero que mi madre lo rompa con el acierto que la caracteriza.
⎯¡Niño, tráete una vela!
A modo de fuelle roñoso, me levanto a intervalos para quedar recto, como si me hubiese tragado un sable. El filo de madera aglomerada de la mesa camilla en contacto con mi delicada rodilla me advierte que no se trata de una empresa fácil. Arrastrando los pies como un penitente arrepentido enfilo el pasillo. Se hace infinito hasta la cocina. Lo recorro palpando cada centímetro de pared. Trabándome las uñas con el gotelé, mientras dejo caer aquel cuadro del pavo real sobre fondo de terciopelo rojo.
⎯¡Ea, ya lo has roto! Vocifera mi hermano pequeño, por si alguien no se hubiese percatado.
La luz de la luna se insinúa a través de la cristalera del lavadero y sabe guiarme hasta la alacena. Allí, justo debajo del cajón de los cubiertos, hay otro con paños y servilletas de encajes. Asoma una piedra de afilar desgastada, gomillas de distintos tamaños, un par de tapones de corcho y una vela con restos de pan rallado.
El iluminado y épico regreso es mucho más sencillo. Sano y salvo entro victorioso en el salón. Todos sonríen.
⎯¿Jugamos al bingo, mamá?
⎯No hijo. Jugad vosotros, que yo os miro y así aprovecho para hacer punto.
⎯¡Pues entonces saca En Busca del Imperio Cobra, que os vais a enterar..!
La partida no termina como esperaba. Esta vez el Oráculo no me respetó, los Hombres Cobras y las Fuerzas Mágicas me privaron del ansiado Ojo Mágico. «¡Maldita Isla Cobra!»
⎯¿Qué tal el Monopoly o el Hotel..?
⎯Prefiero hacer figuras con las sombras en las pared...
⎯¡Yo primerooo!
Con un poco de práctica, en pocos minutos pasabas de las insulsas orejas de conejo a luchas titánicas entre dinosaurios y dragones. Todo ello bien aderezado con un merecido cogotazo, con el que te obsequiaba tu madre cuando te sorprendía derramándote cera caliente sobre las manos.
⎯¡Ay… Qué soy un zombi, mamaaá!!
Sí. Qué largo se hacía Informe Semanal mientras esperabas el estreno de Sábado Cine. Y yo rezaba. Rezaba para que no se fuera la luz.
Ahora que la oscuridad yace sepultada bajo millones de lápidas electrónicas en forma de móviles de última generación, tabletas de ocho núcleos y televisores 4K. Ahora que nos ensimismamos en universos paralelos engendrados por diabólicos océanos de cristal líquido, ahogados en su orilla sin tiempo siquiera para mirarnos a la cara. Ahora vuelvo a rezar. Rezo para que se vaya la luz. Rezo para escuchar a mi madre decir…
⎯¡Niño, tráete una vela!
Mientras tanto, en la cocina, mi hermano mayor prepara palomitas. Pone a calentar aceite en una cacerola. Añade maíz, sal y celeridad en buscar una tapadera para evitar la cálida lluvia de pochoclo con la que nos deleitó la semana pasada.
Todos sentados ya delante de la televisión. Un último suspiro. Casi un bostezo. Yo rezo para que no se vaya la luz. No en vano, un par de meses atrás, una rata malparida mordió el cable equivocado arruinando el ansiado estreno de Superman.
Empieza la cabecera. Suena su inconfundible sintonía. Un sinfín de pequeñas bombillas redundan en la pantalla para ir configurando el título. Y Justo en ese momento, como no podía ser de otra manera, se va la luz.
Cual famélico mochuelo que busca ratón, abro los ojos intentando en vano dar sentido a la oscuridad. Permanezco en silencio unos segundos y espero que mi madre lo rompa con el acierto que la caracteriza.
⎯¡Niño, tráete una vela!
A modo de fuelle roñoso, me levanto a intervalos para quedar recto, como si me hubiese tragado un sable. El filo de madera aglomerada de la mesa camilla en contacto con mi delicada rodilla me advierte que no se trata de una empresa fácil. Arrastrando los pies como un penitente arrepentido enfilo el pasillo. Se hace infinito hasta la cocina. Lo recorro palpando cada centímetro de pared. Trabándome las uñas con el gotelé, mientras dejo caer aquel cuadro del pavo real sobre fondo de terciopelo rojo.
⎯¡Ea, ya lo has roto! Vocifera mi hermano pequeño, por si alguien no se hubiese percatado.
La luz de la luna se insinúa a través de la cristalera del lavadero y sabe guiarme hasta la alacena. Allí, justo debajo del cajón de los cubiertos, hay otro con paños y servilletas de encajes. Asoma una piedra de afilar desgastada, gomillas de distintos tamaños, un par de tapones de corcho y una vela con restos de pan rallado.
El iluminado y épico regreso es mucho más sencillo. Sano y salvo entro victorioso en el salón. Todos sonríen.
⎯¿Jugamos al bingo, mamá?
⎯No hijo. Jugad vosotros, que yo os miro y así aprovecho para hacer punto.
⎯¡Pues entonces saca En Busca del Imperio Cobra, que os vais a enterar..!
La partida no termina como esperaba. Esta vez el Oráculo no me respetó, los Hombres Cobras y las Fuerzas Mágicas me privaron del ansiado Ojo Mágico. «¡Maldita Isla Cobra!»
⎯¿Qué tal el Monopoly o el Hotel..?
⎯Prefiero hacer figuras con las sombras en las pared...
⎯¡Yo primerooo!
Con un poco de práctica, en pocos minutos pasabas de las insulsas orejas de conejo a luchas titánicas entre dinosaurios y dragones. Todo ello bien aderezado con un merecido cogotazo, con el que te obsequiaba tu madre cuando te sorprendía derramándote cera caliente sobre las manos.
⎯¡Ay… Qué soy un zombi, mamaaá!!
Sí. Qué largo se hacía Informe Semanal mientras esperabas el estreno de Sábado Cine. Y yo rezaba. Rezaba para que no se fuera la luz.
Ahora que la oscuridad yace sepultada bajo millones de lápidas electrónicas en forma de móviles de última generación, tabletas de ocho núcleos y televisores 4K. Ahora que nos ensimismamos en universos paralelos engendrados por diabólicos océanos de cristal líquido, ahogados en su orilla sin tiempo siquiera para mirarnos a la cara. Ahora vuelvo a rezar. Rezo para que se vaya la luz. Rezo para escuchar a mi madre decir…
⎯¡Niño, tráete una vela!
Consigues que viaje en el tiempo. Gracias.
ResponderEliminarBuenos tiempos, sin duda. Gracias a ti.
Eliminar