El rockero

     Yo era una puta estrella del rock. Pero tenía un jodido problema. No me dejaban recogerme tarde.

     Había gastado mi última bala unos meses antes. Demasiados tequilas y un feo asunto con Bunbury y sus héroes terminaron por dilapidar el poco crédito que me quedaba. Historias de la noche.

     Sonia, mi novia por aquel entonces, era una proporcionada y atractiva morena de ojos castaños cuatro años menor que yo, y diez veces más celosa. Después de cada ensayo, tenía el tiempo justo para meter mi vieja Talmus Stratocaster en el Fiat Uno turbo y salir pitando en su búsqueda.

     ―¿Has fumado? ―Me interroga nada más entrar al coche.

     ―No. Sabes que no fumo.―Le contesto.

     ―Pues hueles a tabaco. ―Continúa.

     ―Será del humo del local, que está muy mal ventilado.

     ―¿Y ese carmín en la cara? ―Me insiste elevando ligeramente el tono.

     ―De las chicas del coro al despedirse. ―Replico casi sin dejarla acabar.

     ―Sí, sí. Me gustaría poder verte por un agujerito. ¡Por favor! ¿Te puedes abrochar la camisa y meterla por dentro? ¡Sabes qué odio que vayas así! ―Concluye, para abrir de inmediato una interesante hora de silencio sepulcral.

     Los ensayos comenzaban a las cinco de la tarde en la Fábrica de Colores. El primer músico llegaba a las seis. El último, diez minutos antes de terminar la sesión. Pero aún así sonábamos de la ostia.

     Beca y Míriam eran las coristas. Beca era delgada. Tenía una larga melena morena de la que salía un mechón rubio platino, que le caía por la cara otorgando a su mirada un desconcertante toque diabólico. Unos enormes ojos verdes lo complicaban aún más. Míriam, en cambio, parecía un ángel pintado por el mismísimo Raffaello. Pelirroja alborotada, de ojos azul claro y sonrisa inocente. Sólo su libidinoso pecho y el gran escote con el que te recibía te mantenían en guardia.
 

  ―¿Por qué nunca te quedas a tomar algo después de los ensayos? ―Me pregunta Beca.

     ―Bueno, quedo con mi novia para cenar y eso…

     ―Así no nos vamos a poder conocer a fondo nunca, ¿no crees? ―Añade Míriam, mientras me levanta el cuello de la cazadora.

     ―Tenéis razón. A ver si este sábado después del concierto nos tomamos algo. ―Tartamudeo intentando colgarme con torpeza la guitarra.

     ―¡Genial! No te arrepentirás. Verás que divertidas somos. Por cierto, Si te sacas la camisa molarás más.

     El local de ensayo era un cuartucho de apenas diez metros cuadrados, con una diminuta rejilla como única ventilación. Allí nos hacinábamos las dos coristas y cinco músicos con todo su equipo. Ellas se situaban a mi izquierda, tan cerca, que tenía que moverme con extrema precaución para no golpearlas con el mástil de la guitarra. 

     Conforme avanzaba el ensayo, el empeño, el entusiasmo y los vatios del equipo iban caldeando el ambiente hasta conseguir una atmósfera casi irrespirable. Beca se quita la cazadora vaquera. Lleva una roída camiseta negra de Guns&Roses. No tiene sujetador. Le descosió tanto las mangas, que deja poco a la imaginación cada vez que levanta los brazos para recogerse su sudorosa melena negra. Míriam le sigue. Sus atributos le impiden ir tan desahogada. Una camisa blanca a medio abotonar, y el exceso de transpiración, otorgan mayor relevancia a un encaje que poco puede hacer ya por preservar su preciado tesoro.

     ―¡Qué calor, ¿no chicos?!

     ―¡Ya te digo!

      Algo de marihuana y diez litros de cerveza después, se culmina la sesión con una orgásmica versión de Roadhouse Blues de los Doors. Todos nos abrazamos en una psicodélica e improvisada exaltación de la amistad. Beca, Míriam, y todos sus feromónicos fluidos me recuerdan al instante que la KGB me espera en casa... Así que tomo mi chupa de cuero, meto la camisa por dentro y me dispongo a salir.
   

     ―¡Oh, no te vayas! Hoy no. ¡Una última ronda, plis..!

     ―Otro día Míriam, de verdad. Tengo prisa.

     El día del concierto Sonia decidió quedarse en casa por culpa de una inoportuna gripe estival.

     Llegamos al pub a eso de las siete de la tarde, para empezar a montar el escenario y realizar una prueba de sonido. Tengo una nuevo pedal Wah Wah, al más puro estilo Hendrix, con el que pretendo dar un toque exótico a la banda.

     Nada más soltar la guitarra, entran Beca y Míriam envueltas en sus vestidos de lycra roja. Una maquillada mirada y media sonrisa cómplice, hacen que derrame de un codazo el gin tonic del bajista. Hoy me quedo.



     Cae la noche. Estamos perfectamente afinados. Lleno a rebosar. El Madison no puede esperar más. Una última bocanada de aire a la que le cuesta progresar y comenzamos con un acelerado Back in the USSR de los Beatles. Le siguen Dire Straits, Springsteen, Los Rolling, Clapton, Gary Moore…, alcanzando el éxtasis con una sensual versión del clásico de Joe Cocker, You can leave your hat on.

     ¡Casi tres horas de puro Rock and Roll!. Todo un éxito.

     ¡Joder, qué subidón! La peña no te deja llegar a la barra. Lluvia de halagos, besos y abrazos. Treinta y seis palmadas en la espalda y… ¡cerveza gratis para la banda!

     Beca y Míriam se sientan conmigo. Brindamos. Hoy me quedo. Sin duda. ¿Acaso no soy una puta estrella del rock?

     La cerveza supo retirarse a tiempo y ceder su trono al viejo bourbon. Bebimos, reímos y charlamos de música hasta que los misterios del paracetamol situaron a Sonia en escena. 

     ―Hola cariño, ¿estás mejor? ―Me sorprendí casi sin poder ocultar mi fastidio.

     ―Sí. Pero no me quiero recoger muy tarde. ―Respondió ella sin esconder un agrio gesto de amargura.

     ―Mira Sonia. Estás son Beca y Míriam, del coro.

     ―¡Hola Sonia, encantada! Tu novio ha estado genial... ―Le cuenta Míriam.

     ―¡Ha tocado la guitarra cómo un puto dios! ―Le sigue una todavía exultante Beca.

     ―Sí, seguro. ―Recela Sonia mientras trata de sentarse entre las chicas y yo.

     Me hubiese quedado toda la noche. Un millón de noches. Una eternidad. Pero la velada duró lo que dura un paracetamol. Y es que tenía un jodido problema. No podía recogerme tarde.

     Nos despedimos con una sonrisa en los labios y frustración en la mirada. Alargamos el último abrazo intentando en vano hacerlo infinito. El sudor y el humo. la lycra y el maquillaje. Es todo lo que quedó.


     El grupo se disolvió un mes más tarde. Cuestión de prioridades. No las volví a ver. Poco tiempo después, Sonia ―que intentaba aprender idiomas― conoció a un estudiante de intercambio con don de lenguas. Me dejó por él. No sabía tocar la guitarra y llevaba la camisa por fuera.


Comentarios

  1. Tres veces he comenzado ha escribir un comentario sobre el tema.Tres veces lo he borrado.
    Tantas sensaciones me acometian que no sabía darles orden y sentido.
    Tuve el honor de ver el concierto en VHS...pero nunca me habían narrado el "detrás de las cámaras ".
    Esa "machanona" guitarra, que oia incesantemente detrás del fino tabique que me separaba de mi hermano, logró al final que descubriese a un "grande": Bruce Springsteen.
    Si, Bruce Springsteen es un "grande"...Mi hermano es un GIGANTE.

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    1. Toqué durante años sin afinar y con cuerdas de menos. No tenía amplificador y la conectaba al equipo hi fi... jajajaja... sí qué tuviste que aguantar, sí. Gracias hermano.

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  2. A pesar de la foto, y de que se que no mientes, me cuesta imaginarte de rockero.

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    1. Pues te aseguro que sin el rock no sería quien soy. No pasa un solo día en el que no toque la guitarra, aunque sea un minuto. Aún necesito mi dosis.

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  3. Me encanta!! Recuerdo el concierto en "Madison", pero desconocia la historia que había detrás.

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    1. Las historias de "detrás", sus pequeños detalles, son las que hacen inolvidables a las de "delante". Supongo que las recordamos por eso.

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