Navidad

     ¡Ah, la Navidad! ¡Qué época tan entrañable! ¡Cuánta Felicidad!

     Y cuántos regalos.

     Después de encararme con Papa Noel por usar el móvil mientras recoge cartas y enseña su flamante Garmin Forerunner asomando por debajo de su roído disfraz tres tallas mayor, he permanecido seis horas intentando decidirme entre Dual Core Snapdragon 205 y Quad Core Snapdragon 212.

     De pie, en una mesa alta, junto al embriagador aroma a alcantarilla saturada del servicio de caballeros, almuerzo un grasiento kebab envuelto en papel de plata. 

     Ahora sí, me dispongo a salir victorioso del centro comercial, atravesando la sección de perfumes de la planta baja. Allí, un señor con los ojos hundidos, dialoga con la dependienta:

     ―Buenas tardes señorita. Estoy buscando una colonia para mi mujer.

     ―Sí, claro. ¿Sabe su nombre?

     ―¿El de mi mujer?

     ―No. El de la colonia.

     ―¡Ah! No. Bueno, es ese que sale una chica de una piscina con agua como de oro y muchas muchachas alrededor.

     ―No me suena. ¿Es eau de toilette o es eau de parfum?

     ―¡¿Lo qué?..! Mire, es esa que sale la actriz del anuncio de Martini, ¿cómo se llama?

     ―¡Charlize Theron!

     ―¡Esa, esa!

     ―Se llama J´adore the new Absolu. El nuevo néctar de Christian Dior. Una exuberante mezcla de jazmín de Grasse, jazmín Sambac, rosa y magnolia. Un delicioso almíbar con una belleza caprichosa.

     ―Vale, vale… me la llevo.

     ―No me queda. Agotada.

     Y es ese el preciso instante en el que te preguntas cuándo se fue todo al carajo. ¿Qué pasó con la Navidad?

     Te diriges meditabundo hacia la salida y al girarte, a través de los cristales del escaparate, afuera, en la calle, ves a un niño que salta sobre un charco. El agua salpica su abrigo y arrastra la bufanda por el barro. Y piensas… bueno, quizá no esté todo perdido.


     El 22 de diciembre te despertabas temprano. Tenías la hora cogida del cole y el soniquete de la lotería hacía oficial la llegada de la Navidad.

     ―¡Tres mil cieeento cincuenta y cuaatroooo!

     ―¡Ciento veinticinco miiiil peseeeetas!

     Bajabas a la calle con restos de polvorón en el jersey y el borrador de la carta a los Reyes Magos en un bolsillo. El otro bolsillo estaba reservado para el destructor, un trompo tuneado con una púa carnicera y decorado con una mezcla de rotuladores y pintura de uñas. Todavía tiene restos de madera de su última víctima, una triste peonza que quedó atrapada en carne viva dentro de la olla. Pobre Emilio.


     Pero esta mañana toca expedición. Iremos al viejo canal, al final del barrio, a cazar zapateros. Fabricamos nuestras propias armas. Emilio ha encontrado un trozo de madera del quicio de una puerta. Clava una pinza del tendedero de la vecina en un extremo y coloca una puntilla en el otro. En poco más de quince minutos tiene una escopeta que dispara gomillas. Yo, en cambio, opto por fabricar un arco con una vara gruesa y una cuerda. Un junco seco y el platillo mohoso de una cruzcampo machacado en la punta servirán como flecha.

      De vuelta nos encontramos con Paco y José. Están jugando a la lima. El barro está demasiado blando y llevan una hora atascados entre el seis y el siete.

     ―Chicos, ¿jugamos mejor a cielo voy?

     ―¡Venga va!

     ―¡Palma arriba, palma abajo… al cielo, cielo voooooy!

     La emoción aumentaba con la caída de la tarde. Esperábamos a que llegara alguna vecina cargada con bolsas del supermercado y nos ofrecíamos para ayudarla. Alguna propina se sacaba. Lo justo para comprar diez pesetas de petardos en el quiosco de Mari y probarlos en diferentes escenarios.

     ―¿Lo metemos dentro de ese bote de plástico a ver qué pasa?

     ―¡Ostia, viste cómo voló!

     ―¡Ahora en una de cristal!

     ―¡Joder! ¡A saltado en mil pedazos! ―Vocifera un alborozado Emilio mientras le gotea sangre de la mejilla.

     Cuando agotábamos el arsenal, nos escondíamos al final del parque para usar las cerillas que sobraban en una candela. Ya de noche, la luz del fuego nos ilumina la cara mientras comentamos lo mucho que se ha desarrollado este año Elenita, la repetidora de quinto B.

     A la tarde siguiente, a pesar de ser jueves, nos vestíamos como si fuera domingo. Bajábamos a la parada del autobús que nos llevaría al centro, esperando con infinita paciencia su llegada.

     ―Se acaba de ir. Lo he visto justo al doblar la esquina.

     ―¡Vaya por dios! Toca esperar una hora…

     ―¡Qué va señora! En estas fechas hay refuerzo. Pasan cada 35 ó 40 minutos.

     ―¡Qué bien, ¿no?! Desde luego funcionan cada vez mejor, las cosas como son.

     ―Fíjese usted que hace nada íbamos andando…

     El bus iba a tope. No cabía ni un alfiler. Yo me escabullía entre las piernas de los pasajeros y me situaba bajo el despachito del revisor. Miraba por el suelo y recogía los librillos con los restos de los billetes ya vendidos. Un tesoro.

     El olor a castañas asadas podía con la irrespirable mezcla a gasoil, sudor y tabaco. Era el esperado anuncio de la llegada a nuestro destino.

     El Corte Inglés ha montado este año Cortylandia, con una gigantesco Gulliver que ocupa toda la fachada principal. Espectacular.

     Las calles están iluminadas con millones de bombillas que lucen rodeadas de un hermoso halo de neblina. Mis hermanos y yo nos detenemos en cada cristalera para echarles vaho y dibujar estrellas. 

     A lo lejos, los Pajes Reales saludan a los niños.

     ―¡Mamá, mamá… podemos ir, podemos ir!

     ―Bueno. Yo os espero en la cola del Belén. No os alejéis. ¿Queréis castañas?

     ―¡Siiiiii!

     Pero el momento estelar sin duda alguna eran los escaparates. Simago, Galerías Preciados, La Confitería de la Campana, Juguetería La Antigua,…

     La mejor era F. Cuevas (o «Siete Cuervas» como solíamos llamarla) en la Plaza de San Francisco, junto a la Catedral. Pasábamos horas viendo sus juguetes y las maquetas de coleccionismo.

     Madelman, Geyperman, Big Jim, Juegos Reunidos Geyper, Ibertren, muñecas de famosa que se dirigen al portal, Click de Famobil, Airgamboys, Coches eléctricos de Santi Rico, Scalextric, Exin el castillo, Tente, Telesketch, Simon, Super Cine-Exin, monopatín, una pistola de mistos… Siempre había algo que te hubiera gustado incluir en tu carta, pero la echaste al buzón hace una semana. ¡Maldita sea!

     ―Vamos niños, hay que comer algo que pronto sale el último autobús para el barrio.

     ―¡Ohhhh tan pronto!

     ―¡Queréis pescaito frito! ―nos pregunta mi madre mientras nos seduce el aroma a adobo de la bodeguita Blanco Cerrillo, al paso por la calle Tetuán.

     ―Sí mamá, sí.

     ―Mamá… ¿qué es ham-bur-gue-sa

     ―Nada cariño. Bocadillos de albóndigas de por ahí.

     ―¡Aggggg..! Yo prefiero chocos.

     ―¿Y ese gordo con el traje rojo y la barba blanca?

     ―Ese será el que le cuida los camellos a los Reyes Magos.

     ―¡Ahhhhh!

     Ya en casa, apagamos todas las luces y encendemos el árbol. Nos sentamos alrededor y lo contemplamos en silencio.

     El sueño me vence junto al tacaño de Ebenezer Scrooge. Es la enésima vez que reponen el clásico de Dickens Cuento de Navidad. No es por aburrimiento. Es mi favorito. Ésto no ha hecho más que empezar. Mañana será otro día. Todavía queda rematar el portal de Belén, Raffaella Carrá, Martes y Trece, las mentiras del rey, la teta de Sabrina, el tamborilero de Raphael, la zambomba del vecino, la misa del gallo, el gallo del vecino, las peladillas, los mazapanes, las delicias de San Enrique, el turrón de Suchard, las gambas, las patas rusas, el sucedáneo de caviar… y ¡abrir el jamón!

     ―Mamá.

     ―Dime cariño.

     ―¿El jamón es del invierno cómo la sandía es del verano?

     ―No mi vida. Hay jamón todo el año. Pero nosotros tenemos que esperar a la extra.

     ―¡Qué rico!

     La Nochevieja era una pasada. Comprábamos petardos y bengalas. Nos pasábamos toda la tarde haciendo cadenetas de colores y rellenando globos de harina y confeti. Después de las uvas nos sumergíamos en un océano de celulosa: «la maleza de serpentinas y papelillos».


     ―¡Quién encuentre el tapón del champán que volvió a abollar el techo, es el campeón mundial!

     Los siguientes cinco días se eternizaban. Y la noche de Reyes era infinita. Misteriosa. Fascinante. Mágica. Veías la cabalgata y pensabas que sin duda esos eran los de verdad. Cogías todos los caramelos qué podías. Eran especiales. De un mundo lejano. Te detenías en el tiempo. Todo pasaba a cámara lenta. Te imaginabas a la mañana siguiente entrando al salón. No existe un solo momento en la vida de un adulto que se acerque a esa sensación.


     De regreso a casa. Veo un charco. Me suelto de la mano de mi madre y comienzo a saltar sobre él. Giro la cabeza y me veo reflejado en el escaparate. El agua salpica mi abrigo y arrastro la bufanda por el barro. Un señor mayor me observa desde dentro. 

     Sí. Puede que aún no esté todo perdido.

Comentarios

  1. Increíblemente emocionante. Esa es nuestra infancia, nuestra vida...Estoy sin palabras.

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  2. No es una historia más; es la HISTORIA (con mayúsculas) que no encontramos en los libros.Es la HISTORIA que llevamos ya escrita en nuestro ADN...y ojalá seamos capaces de trasmitirsela a quienes nos sucederán.
    Hoy, con edad para ser cinco veces niño, estoy ayudando a mi Madre a cocer el marisco.Este año saldrá un poquito más salado que de costumbre , porque mientras leía el relato no he podido reprimir las lágrimas y algunas han terminado en el agua.
    En cuanto salga a la calle buscaré un charco, saltaré sobre el...y el resto de mi ADN sabrá cuán feliz y afortunado fui por tener la infancia que tuve; cuán feliz y afortunado soy de tener junto a mi a las personas que tengo, sin importar lo más mínimo si llevan o no mi sangre.
    Gracias Moody por transportarme una vez más a algunos de los momentos más felices de mi vida.
    ...y ahora os dejo que acabo de ver un charco grandioso y espectacular. ¡¡A por eeeel!
    FELIZ NAVIDAD A TODOS.

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    1. ¡¡Esooooo a saltar charcos!! y estoy deseando probar ese marisquito. ¡¡Malezzzzzzaaaaaa!!

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  3. Grande.
    Yo era de punta garbanzo, más duradera.
    Y los petardos no suena como los de antes (mechero cogido a mi tio)

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    1. ¡Ofú, qué bien crujía esa madera bajo mi púa carnicera... jajajaja!
      Un abrazo compañero y pídele un bajo a los Reyes. Ya me cuentas.

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