Como en una película de Tarantino
Como en una película de Tarantino. Sólo faltó la sangre. Pero claro, no somos americanos. Aquella mañana de sábado no tenía nada de especial. Ni siquiera la resaca. Quino, Francis, Candy y yo, apuramos la madrugada como de costumbre. En la discoteca, el pinchadiscos y la banda sonora de Dirty Dancing nos insinúan que tal vez va siendo hora de irse a casa. Paramos un taxi. El taxista, un gigante rabúo, acebonao y con la cara del que peleaba con James Bond, sin duda esperaba otro tipo de clientela. Yo tenía una habilidad. Era capaz de nebulizar polvitos de estornudar en medio de una reunión sin que nadie se percatara. ¡Pfff, y ya estaba en el ambiente! Lo cierto es que no hicimos nada que mereciera tal recibimiento. Me enerva que no me devuelvan el saludo. De modo que sí. Lo hice. Esparcí esa mierda por todo el taxi. En pocos segundos mis ineludibles cómplices lo advierten. Se miran unos a otros al tiempo que tratan de co...