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Mostrando entradas de febrero, 2019

Memorias de un cooperante

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     Dicen que un esquizofrénico es capaz de retener más tiempo los recuerdos en la memoria. Pero si algo les envidio, en realidad, es su espontaneidad.      Aquel asfixiante septiembre fue como el alumbramiento de una nueva vida. El último año de carrera. El último día de estudiante. Recorrí los pasillos de la facultad y me colé en los sótanos del instituto anatómico forense. Allí, en una estrecha pared de ladrillo iluminada por una enorme claraboya, se presentaba el tablón con las calificaciones de la única asignatura pendiente: medicina legal y forense . Si aparecía aprobada… sería médico. Con pasos cortos pero firmes avancé por la galería como si del canal del parto se tratase. Me acerqué hasta aquel simbólico cuello uterino. Busqué mi nombre y se abrió la luz.      ¡Era médico!      Uno de los momentos más felices de mi vida, que no tuve tiempo de celebrar. Una semana después, mi novia me dejó po...

El lugar apropiado

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     La semana se estaba esfumando y aún no habíamos ni empezado el dichoso mural de la clase de ciencias sociales. Trabajo en grupo. Debíamos recortar nuestros ídolos y pegarlos en una cartulina, explicando su impacto en la sociedad contemporánea. Un rollo. Mis compañeros propusieron Duran Duran , Madonna , Alphaville … Yo prefería Elvis , Springsteen o Dylan . Una vez más, perdí de manera democrática, y me tocó ir  por cartulinas y pegamento. Pasé por delante de la vieja pastelería y babeé en su escaparate. Palmeras de huevo, sultanas de coco, tarta de manzana… No había merendado y pensé que, sin duda, me encontraba en el lugar apropiado. Pero como no llevaba suficiente dinero, continué mi camino de regreso a casa.      Aquel jueves, como tantos otros días, Eloy quedó con Gloria. La cogió de la mano y pasearon por el barrio. Él la besó. Ella lo abrazó. En algún momento decidieron tomar un café. Entraron en aquella pastelería donde se jur...

El amor y otras moléculas

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     Hubo una época en la que no necesitábamos que todo terminara en «ing» para que fuera divertido. Una época en la que el único «me gusta» que deseabas recibir era la sonrisa de tu vecina mientras saltaba la comba o enredaba sus piernas en el elástico. Te ponías a dar pataditas al balón y a girar en una errática órbita a su alrededor, con los ojos abiertos como platos, y un cosquilleo fabuloso te recorría el vientre explotando en tu pecho como una supernova. Era algo único. Mágico. Era amor… bueno, amoring , por si hubiera algún millennial despistado.      Aquella época en la que todo el universo imaginable se reducía al patio del instituto. Una jungla compleja y excitante, tan cruel que podía engullirte si parpadeabas sin permiso. Una jungla que también era capaz de encumbrarte, cetro en mano, otorgándote el derecho a penetrar tras la humareda de vicio que se abría hacia el callejón sombrío, tras el gimnasio, lugar de reposo de lo dioses de...

Tres mil caras

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     ¿Es mentira un sueño si no se hace realidad? Crecí escuchando a Springsteen haciéndose esta misma pregunta una y otra vez. Nunca fui capaz de responderla. Terminaba ahogándome en un mar de infidelidades y lamentaciones, mientras tres mil caras esperaban un veredicto.      Cualquier mal whisky envejece treinta años si al brindar se descuelgan los mejores deseos y los más bellos sueños.      Cualquier mal whisky envejece treinta años si sabe evadirte de la mentira, de la hipocresía, de los miedos. Si se convierte en tu cómplice. Y te mima. Te comprende. No importa que mañana todo permanezca donde lo dejamos. El ahora es más fuerte y puede mantenerlo amordazado en algún oscuro rincón lejos de aquí. No puede contigo, no puede con nosostros, porque el tiempo se detuvo aunque las agujas del reloj se empeñen en seguir girando.      Te veo a través de la ventana. La tímida luz de la habitación muere reco...

Sobre la retórica

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     Un buen amigo me confesó que disfrutaba mucho con mis escritos, pero que daba demasiadas vueltas para descubrir la trama. Exceso de adorno. De aderezo. Y es posible que tenga razón.      El ser humano posee esa tendencia innata por expresar sus opiniones y pensamientos de forma constante, tratando de influir en los demás. No es tarea fácil.  Cuando les falta consistencia ―o directamente no les asiste la razón― suelen recurrir al viejo arte del hermoseamiento, con el fin de poder condimentar el argumento. Si te apetece entrecot y te traen una ensalada, muy bueno debe ser el aliño para hacerte olvidar la carne.      Así que me lo tomé como una crítica constructiva. Pensé ¿Merece la pena tanto rebuscamiento, tanta grandilocuencia, para vender una ensalada?      Estrujé mi resacosa cabeza empapada en Jack Daniels y busqué respuestas. Al instante supuraron decenas de momentos históricos que me ...