Sobre la retórica

     Un buen amigo me confesó que disfrutaba mucho con mis escritos, pero que daba demasiadas vueltas para descubrir la trama. Exceso de adorno. De aderezo. Y es posible que tenga razón.

     El ser humano posee esa tendencia innata por expresar sus opiniones y pensamientos de forma constante, tratando de influir en los demás. No es tarea fácil.  Cuando les falta consistencia ―o directamente no les asiste la razón― suelen recurrir al viejo arte del hermoseamiento, con el fin de poder condimentar el argumento. Si te apetece entrecot y te traen una ensalada, muy bueno debe ser el aliño para hacerte olvidar la carne.

     Así que me lo tomé como una crítica constructiva. Pensé ¿Merece la pena tanto rebuscamiento, tanta grandilocuencia, para vender una ensalada?

     Estrujé mi resacosa cabeza empapada en Jack Daniels y busqué respuestas. Al instante supuraron decenas de momentos históricos que me ponían en seria duda.

     La Biblia, sin ir más lejos. El propio Dios. Crea el sol, la luna y las estrellas. Se inventa la Tierra, los animales y las plantas… Todo encaja en divina armonía. Funciona de puta madre… Y Entonces, ¿para qué coño crea al hombre? Pues sólo y exclusivamente por la oratoria. Para poder comerle la cabeza. Lo demás ya lo tenía. Trabajo fino. Pero no podía contárselo a nadie. Imagen y semejanza dicen.

     ¿Cómo crees que la serpiente convenció a Eva para que comiera la fruta prohibida? Con la retórica, exacto. Y Eva, ¿cómo se cameló a Adam? Porque le sacó el catálogo y le supo vender la moto. Bueno, eso... ¡y qué estaba cañón!


     ¿Y Moisés? Un pavo baja del Monte Sinai. Ve el becerro de oro. Se acerca a la peña ―en una de las macrobotellonas más espectaculares que se recuerdan― saca dos piedras y, no sólo no se pueden fumar, sino que están repletas de prohibiciones y cortapuntos. Y el tío consigue que el pueblo deje de comer, de beber y de follar… ¡Sólo con la labia! Sublime.

     Sí, amigo. No me imagino el final de lo Lo que el viento se llevó con Vivien Leigh gritando «¡cómo salgas por esa puerta, no vuelvas!» y a Clark Gable dando un portazo replicándole «¡hasta luego Lucas!».

     ¿Acaso se te hubieran puesto los pelos como escarpias si Mel Gibson ―en la oscarizada Braveheart y justo antes de la batalla― vocifera  «sus vamos a dar un curro que sus vais a cagá»...? Seguramente no. ¿Verdad?


     La vida se empeña en inculcarme que hoy día a las princesas ya no se les conquista con caballos blancos. A veces un whatsapp de tu entrepierna y un par de borderías tienen más poder, que abrirles las puertas de la carroza. Soy plenamente consciente de esta tendencia. Pero tienes que permitirme que me revele. Tienes que dejarme creer que todavía puedo ofrecerte la chaqueta si tienes frío, sin que ello simbolice superioridad. Qué sólo sea un juego. Un cortejo. Un adorno. Un aderezo.

    Con la retórica puedes ganar un juicio, evitar una guerra, cambiar la ideología de una persona, su intención de voto… Lo mismo te vale para negociar el quinto convenio, que para apaciguar la ira de un campeón de lucha ucraniano después de abofetearle la cara sin motivo. Tiene ese poder. Capaz de encumbrar o relegar en apenas un par de párrafos.

     En el diccionario, si te saltas las acepciones despectivas, puedes leer: «arte de hablar o escribir de forma elegante con el fin de deleitar, conmover o persuadir». ¿Sabes qué convierte al acto sexual fisiológico en el polvazo del siglo? Pues la retórica, sí. Son los putos preliminares del narrador. Es la lluvia en la ventana. Una canción. Una sonrisa descarada. Una mirada furtiva. Una ceja traviesa. La mordedura de un labio inquieto. El roce de la piel. Dos manos que se encuentran. Un beso en el cuello. Una caricia al alma… Si tienes prisa, amigo mío, la etiqueta del champú va directa al grano.

Comentarios

  1. Exquisita narración, grandilocuente, cargada de florituras perfectamente encadenadas y con gran acierto para demostrar lo que ya sabemos todos, si lugar a dudas..."Eres el Puto Amo!!"

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  2. Durante años creí que el Sargento Instructor de Marines Lee Ermick (La Chaqueta Metálica) fue una exageración creada por Stanley Kubrick. Ahora "leo" que no. El mismísimo instructor palidecería ante tanta " metáfora florida". Eso sí, si te ha leído, te mandará limpiar las letrinas con un cepillo de dientes ante tanta blasfemia.
    --"Quiero que el water brille tanto que la mismísima Virgen María pueda sentarse con la cabeza bien alta"--
    Pues yo me quedo con el mensaje de John Moody...y que coño, con el lenguaje también.
    ¡ Semper Fidelis Hermano!

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    1. ¡Jajajaja! Buen paralelismo, hermano... ¡Sigamos adornado la vida!

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