Dos hombres y un destino
Hubo una época en la que el fin de semana duraba lo que un par de botellas de whisky. Caía la tarde del soleado sábado y amanecía el tormentoso lunes. No me preguntes por los domingos. De lunes a sábado trabajaba de doce a catorce horas diarias en un almacén de productos cárnicos en Merca Sevilla . Las tardes las ocupaba entre el hedor del gimnasio y los apuntes del acceso a la universidad. Me levantaba a las cuatro de la mañana y llegaba a casa a las once y media de la noche. Así que el desfase del fin de semana me lo ganaba a pulso. Dos o tres tardes a la semana, mi amigo Faco me recogía con su decrépito Citroën 2cv y entrábamos juntos al gimnasio. Nos dejábamos la piel en la tarima de tanto picarnos entre nosotros. Aunque, en realidad, lo único que nos interesaba eran las tías. Con veintipocos años, no mal parecidos y sin un gramo de grasa en nuestros cuerpos, nos pre...